( Reflexiones sobre Teoría de la Ciencia)
Quand les rayons sont sinueux,
quelle est la forme de la roue ?1
Historia : 3000 a.C., circa. Geografía : antes de la dispersión, entre las praderas húngaras y el Mar Negro. Protagonistas : los indoeuropeos. Según aseguran, un clan aventajado del homo sapiens. Sedentarizados y, sin duda, ya en plena cultura : hablan, prohiben el incesto, depredan y, también, premeditan tiranías. Filosofía tribal : la ideología trifuncional. Es decir, el colaboracionismo armónico de tres funciones jerarquizadas en una teología compacta que legitima la división social del trabajo de dominación : en primer lugar, la soberanía, detentada por una divinidad de buenos modales mágico-jurídicos ; luego, la fuerza muscular, representada en la figura marcial del guerrero y, en fin, la seductora oficial de toda mitología, la fecundidad, con su animoso cortejo de atributos venusinos : belleza, salud, alegría, juventud, voluptuosidad. Este triunvirato, también inestable, según Dumézil, es el único y verdadero2 modelo viable y, además, constituye el mínimum necesario para la conservación de toda sociedad : gobernarse, defenderse, reproducirse. Triunvirato que después de las guerras de conquista se encarnó en distintos héroes míticos según las tradiciones culturales de los pueblos sometidos : Mitra-Varuna, Indra y Asvin ( Indoiranios) ; la tríada precapitolina Júpiter, Marte y Quirinus (Roma) y, en fin, Odinn, Freyr y Thor ( Escandinavia).
Trinidad lapidaria : sacerdotes, milites, Quirites ; el cura, el soldado y el trabajador. Recursos tecnocientíficos : la rueda ; aún sin rayos, sin ejes ni fuerza de arrastre. Pero acaban de domesticar al caballo. ¿Qué es lo primero que hacen ? Ensayar, con éxito, el carro de combate. Primera conjunción marcial de rueda y tracción a sangre. A parir de esta premeditación belicosa y movidos por un irresistible fervor sacro, estos guerreros de instinto imperial emprenden, en oleadas sucesivas, una conquista en gran escala. Los radios de la rueda, ruedan, e, inevitablemente, despiertan la tentadora promesa de una expansión radial que, a su vez, los disgrega : desde los Valles Indoiranios hasta Italia e Irlanda, y desde la Península Escandinava hasta Grecia y el Cáucaso.
Si esta cosmogonía portátil, es más que una ficción, filológicamente documentada en más de treinta lenguas y, en ciertos recodos, dotada de una erudición de lectura gravosa, entonces, todos nosotros, sin omisión, pues así lo quiere l’ explication indo-européenne du monde, somos herederos de ese fanatismo marcial. Los indoeuropeos, con las huellas de sus ruedas en movimiento, acababan de garabatear el croquis, aún borroso como de foto movida, de una cartografía temeraria. Sin saberlo, acababan de fundar esa entidad geocultural que hoy llamamos Occidente.
Cuando los rayos son sinuosos ¿cuál es la forma de la rueda ? ¿Rueda de la fortuna ?
¿Rueda del desastre ?
Dicho ésto, es un milagro que el hombre sobreviva después de cinco mil años que intenta reducirse a nada. Aún no lo logró. En este sentido, ha fracasado.
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Hoy ya no nos podemos ocultar que hay insistenes síntomas de malestar en la cultura científica. Si del vasto repertorio de contrariedades doxológicas que desgarran a la Teoría de la Ciencia, escogiéramos a Feyerabend y a Serres, en el primero veríamos un gesto reactivo. El arrebato juvenil de un mundo anciano. En efecto, el potencial argumentativo del análisis filosófico que otrora sirviera para apuntalar el método científico, de pronto y contra todo lo esperado -súbito como un escalofrío-, es movilizado en su contra. Desconcierto. Sus pares, aún creyentes, tienden a considerarlo una apostasía ; otros, más indulgentes, una ofuscación momentánea ; algunos, irritados, una traición y, en fin, los indecisos, prefieren fingir distracción, la misma que suscita un olor ofensivo en una tertulia de personas educadas.
La impresión inmediata dada por el tono discursivo y los buenos modales argumentativos de Contra el Método es el de una decepción inconsolable y el de un resentimiento razonado y, como corolario, el de una inevitable autovergüenza por haber vivido a la sombra de una larga impostura, al amparo de uno de los excesos más patéticos de la modernidad : el infundado optimismo en el progreso de un tipo de racionalidad sin cesar desmentido por depredaciones a repetición gracias a la meticulosa rutina de tecnologías laboriosas. Feyerabend, con una desganada confianza de reserva en la razón procedimental, cuando puede esquiva la aporética autoreferencial, pero cuando se siente acorralado se burla con un ademán perlocutorio que es más que una ingeniosa provocación. Es la única escapatoria que cabe esperar de una inteligencia honrada : sólo sabe huir embistiendo. Por eso su desairada despedida, Adiós a la Razón. Es como si la promesa incumplida lo tomara desprevenido. De ahí ese pluralismo epistémico de emergencia, Todo Vale. Así de lacónico, pues ante la inminencia de la catástrofe ya no hay tiempo para los argumentos. Adiós a un tipo de razón institucionalizada ; la Science Royale,3 ciencia que, después de consumado el programa secularizante de la Aufklärung, pasó a ocupar el sitial vacante ocupado por la Religión : Ciencia de Estado y Razón de Estado, las gemelas indiscernibles ;la primera, guardaespaldas de la segunda, pero ambas salidas de un sólo espasmo del poder. Adiós a una comunidad científica que sesiona a puertas cerradas, numerus clausus, y practica el consenso aristocrático del voto calificado de los expertos.
Para Feyerabend, tres son los problemas pendientes : supervivencia, paz y separación de Ciencia y Estado. Una existencia amenazada, descree del nominalismo del giro lingüístico -esa confabulación contra las cosas- y comienza a presentir otra razón, más razonable. Y surge bajo la forma de una Filosofía de la Ciencia arrepentida de sus excesos, una traurige Wissenschaft -diría Adorno- donde la Deontología se impone a la Epistemología.
Si Feyerabend acude a ‘esa propaganda llamada argumento’ 4 es, por un lado , para burlar la vigilancia de ciertos fiscales inexorables : para evitar el ostracismo y hacerse aceptar por los comisarios de seguridad pública de la lógica5 debe comenzar por travestirse, homologarse a ellos ; y, por otro, si acumula razones es porque le cuesta decidirse, necesita convencerse para convencer. Pero de algo está seguro : que en esa cadena de argumentos hay una sentencia en preparación, TODO VALE. Si una idea se deja amonedar en un aforismo (lo aprendió de Agustín) puede alcanzar la velocidad de un proyectil. Que, sin duda, ha dado en el blanco. Si en el sepulcro de la Ciencia hubiera una lápida, su inscripción no sería un epitafio, sino un prontuario.Para eso los argumentos, el granito los espera.Pero, para ascender del argumento al aforismo, es preciso abandonar la arrogancia del científico y alcanzar la humildad del sabio. TODO VALE, más que la arenga de un revoltoso es el soliloquio de un tímido. Pero preocupado, responsable.
Un brusco cambio de caligrafía y la mano del pensador se detiene, horrorizada, en un punto inmóvil. En su pluma hay vibración de sismógrafo, medita cataclismos. Contra el Método, descree de la Ciencia pero no deja de ser una lección de buenos modales argumentativos.
Feyerabend, como Habermas, últimas estribaciones del giro lingüístico -esa forma ingrata de darle la espalda a las cosas- aún creen en los buenos modales argumentativos de la república oratoria 6.Para ellos habría resolución de conflictos por vía discursiva : ‘papeleta-debate-voto’7. Pero, tal vez por ingenuidad, ambos omiten que en la sociedad mediática, la opinión pública es un fenómeno privado diseñado en las redes conductistas de dominación. Consenso y democracia catódica8 liquidan la vieja opinión pública, supuestamente crítica e ilustrada, y la reemplazan por el hombre medio9 de temporada, mediante sensores mediáticos inductores de realidad virtual que operan una producción y reproducción electrónica de comparsas de video-zombies, de retropopusión a bostezo, presentes en todo paisaje urbano, movilizables como clientela potencial de respaldo estadístico para barbaries consensuadas en la comunidad científica, fenómeno que confiere el poder exorbitante de responsabilizar, en sus decisiones, a los cuadros administrativos de los Estados, ejecutores de esas barbaries, entre otras.
El fin de la representación, que en la década de los sesenta fuera una ocupación solitaria del filósofo o del sociólogo en sus gabinetes, hoy, en la sociedad mediática, es un fenómeno de masas. Por primera vez en la Historia hemos entrado a un nominalismo popular científicamente fundado. Keiner glaubt keinem, alle wissen Beschied10– dice Adorno.
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Serres parte allí donde Feyerabend llega. Pasamos de la Ciencia Melancólica a la Gaya Scienza. Su caligrafía distendida no siente el apremio de la aporética auto-referencial, ese prurito de la palabra hacia la palabra, siempre desatenta con las cosas ; un escrúpulo del giro lingüístico, ese “acosmismo reciente”11 de filosofías presas en “nominalismos, logicismos, formalismos”12. Feyerabend, después de laboriosos argumentos condensados en un aforismo, se despide de la ciencia ; Serres ingresa a ella con un aforismo : Lo real no es racional. A Feyerabend la promesa incumplida de la Ciencia lo tomaba de sorpresa ; Serres está advertido : en el siglo XVll, el imperativo era dominar la naturaleza ; en el XlX, transformarla ; hoy en el XX, estamos en condiciones de destruirla. Y algunos se preparan para esto, con el método y la razón.13
Intentaré una selección, más o menos estocástica de algunos aforismos que podrían resumir el pensamieno de Serres.
-El orden es insular ; el desorden oceánico14.
-El mundo (kosmos, orden) es la excepción del meteoro (chaos, desorden).
-El reloj es la excepción del horno.
-La Ciencia de Estado es búsqueda de regularidades, invariantes, punto fijo, en suma, de una referencia universal.
-Las regularidades contenidas en las leyes sólo son excepciones.
-No hay otro saber que el de las islas, los archipiélagos, es decir, de lo esporádico.
-Si el orden es escaso, excepcional, extraordinario, entonces, sólo hay ciencia del milagro.
-Lo real no es racional.
Para Serres la constelación de nuestras servidumbres, depende de ésto : que siempre hay alguien interesado en inculcarnos que lo real es racional. ¿Quién ? : El Poder ; obsesionado por un puno fijo, bien protegido por una cenafa de regularidades y constantes, es decir, un centro y un orden concéntrico de invariancias. Y es comprensible. Pues el poder, para irradiarse, necesita del punto fijo. La Ciencia de Estado provee. Esta Ciencia nunca cambió de compañía. Siempre estuvo al lado del sable. Más aún, en tanto que analítica, tiende a ser un sable : una enciclopedia a la sombra de las espadas15. Para imponer el orden, el poder necesita de un ‘punto fijo’. La Ciencia de Estado se lo procura, desde Ptolomeo a Copérnico. Desde un punto estrictamente epistemológico, la querella astronómica Geocentrismo-Heliocentrismo ha sido, en el mejor de los casos, un malentendido, un gresca entre rivales de diferencias imperceptibles, donde sería exagerado afirmar que hubo enfrentamiento de paradigmas concurentes : desde el punto de vista epistemológico, ambos bandos estaban obsesionados por una idea fija, se trataba de una contrariedad doxológica en el seno de una misma episteme : la del punto fijo. Que éste sea el sol, la Tierra o un cascote interestelar, lo mismo da. Lo que interesa al poder es una referencia : universal, recursiva, inamovible. La Ciencia de Estado provee.
El poder quiere orden, el saber se lo da16. El algoritmo que funda una ciencia siempre es un teorema de poder, un mandamiento y una obediencia, y, por método, una estrategia. La eficiencia está dada por la pertenencia puntual a su locus, es decir, es local. Toda universalización es un abuso de poder. Helo ahí, el método.
Escuchemos el tono de este nuevo discurso contra el método : ningún método jamás condujo a una invención, más bien la bloquea17. El método sólo existe a título de recaudador de regularidades, se conforma con posiciones ya adquiridas, es conservador. Cuando existe, el método, de equilibrio en equlibrio, pero siempre en la cuerda floja, va à la recherche de l’invariance perdue, de lo mismo, de lo que se repite, del Selbst ; en suma , el talante metódico es la monotonía y, su pasatiempo favorito, el monocultivo del aburrimiento. Nadie sabe donde va la ciencia. No obstante, algunas cosas se pueden preveer : administración, subsidios, concursos, cargos, secretos, categorizaciones A B C D, todo, salvo la invención. ¡Qué lástima !.
El saber científico institucional transforma en dogma el pensamiento18. Contrariamente a lo esperado, la comunidad científica es un colectivo ordinario y no excepcional, es una secta entre otras. En ocasiones, hasta difiere poco en sus ritualizaciones : maratón de prestigios, luchas de poder, sujeción de débiles y exclusión de marginales, caudillismo de unos pocos y servidumbre voluntaria de muchos…Cuando se sabe, por otro lado, que la división del trabajo en los laboratorios o en los institutos de investigación, no es muy diferente de aquello que organiza cualquier fábrica de zapatos, bancos, empresas o casas de comercio ; cuando se ha convenido, también, que los procedimientos selectivos no son distintos a los de los juegos olímpicos, de las elecciones senatoriales o los tests de la armada, no se comprende cómo y por qué la comunidad científica, la escuela de punta o el grupo de elite, sean demasiado ajenos a otras colectividades, compadrazgo, convento, garito de truhanes o partidos políticos. Una secta entre otras, donde los conflictos se dirimen por presión. Pero el poder mata la invención.
Para Serres, en materia de reconstrucción racional de la ciencia hay dos dogmas. El primero, profesado por el análisis filosófico, comienza por autonomizar la teoría de su contexto de génesis y la declara consistene si resiste la prueba de una rigurosa formalización. Para este dogma, de un nominaslismo rayano en la insolencia, la ciencia se reduce a un fenómeno lingüístico.
Esta posición, rápidamente encuentra su contradogma : la teoría podría ser deducida o inducida de sus condiciones socio-históricas. En este caso, la ciencia es un fenómeno cultural, sin duda más complejo. Es cierto, no sale de la nada, pero tampoco, hay guías o mapas para la invención.
Mientras los bandos repartidos en los dogmas concurrentes se entretienen en discusiones interminables, surge un personaje -el político- que, tal vez, sin saber demasiado de ciencia, al menos tiene en claro que está ante un auxiliar del poder indispensable. Su práctica nos muestra que no cree en el dogma de la autonomía del saber ; y, además, que es él quien decide y financia, ésto y no aquello. ¿Qué es lo primero que hace?. Convoca a una reunión de expertos. Elige a unos, desecha a otros. Luego invita a algún premio Nobel, para el afiche. Los rodea de funcionarios y financistas ; de la reunión surge una política de la ciencia con programa de investigación incluído. No deberíamos reírnos con tanto desenfado cuando a un funcionario se le escucha decir, sin parpadear, que la ciencia es un asunto demasiado serio para dejarlo en manos de los científicos. Para él ¿qué es la seriedad ?. La respuesta es de una frialdad algebraica sin par, un aplastante alud de números (estadísticos), sin duda convincente, pues la comunidad científica, sin palabras, asiente con una articulación unánime de las cervicales ; luego cuestión es de finanzas, rentabilidad y, de paso, insinúa alguna premeditación belicosa, armas, bombas, apocalipsis regulados, pero a repetición. Hela ahí, la apuesta del poder. Hace ya mucho tiempo que otros amos vienen diciendo lo mismo : la fábrica es algo demasiado serio como para dejarla en manos de los obreros ; como también la tierra, en manos de campesinos. Es el argumento ya clásico del poder, ni siquiera tiene la delicadeza de tomarse la molestia de introducir una ligera variación en la irreparable monotonía estratégica de la dominación. Para dominar el mundo es preciso contar con la ciencia, pero no es preciso saber ciencia para dominar a la comunidad científica19.
El político, después de dejar las instrucciones, abandona la reunión y los epistemólogos y científicos retoman la discución sobre los dos dogmas, internalismo y externalismo, pero vuelven a fracasar en la reconstrucción de una supuesta racionalidad científica. Entonces ¿en manos de quién queda el discurso crítico?. Sin duda en la de los mismos individuos o grupos que sostienen el discurso directo. Dicho de otra manera, la honrosa instancia llamada ciencia de la ciencia20 se ha pulverizado en una pluralidad de facto : sociología, historia, antropología, en suma, la ciencia de la ciencia, no es ya una instancia exterior a la ciencia , sino una parte de ella : las ciencias humanas, o, mejor dicho , la teoría crítica, ha sido usurpada por una filosofía converida en metateoría social.
Aquí se reitera un gesto de comienzos del siglo XX. Con la Teoría de la Ciencia , la filosofía -bajo la forma de análisis del lenguaje, lógica o epistemología- se convierte en una disciplina auxiliar de las ciencias duras. Resultado : la ciencia de las ciencias, la filosofía, al invertir todo su caudal argumentativo en la crítica de los enunciados proposicionales en vías de autolegitimación, muestra un marcado desinterés por los enunciados normativos que regulan la acción social. De este mdo, la filosofía abandona su cometido más noble : la crítica intransigente de todas las instituciones (la Ciencia es sólo una de ellas) que pretenden sustraerse a crítica. La nueva forma de positivismo es la conversión de la filosofía en metateoría social.
Ahora bien ¿en nombre de qué una parte de la ciencia se arroga el derecho de juzgar a otra?.Peor aún : cuanto más elevado es el estatuto científico de una sociología del saber, por ejemplo, más inhabilitada está para convertirse en tribunal ante el cual debería comparecer el resto de las ciencias. No hay tribunal que pueda escapar a esta cuestión ‘¿con qué derecho juzgas ? ‘; el tribunal ¿tiene razón o está equvocado?. Qué importa. Como la justicia habla performativamente y lo que dice repentinamente comienza a existir por el solo hecho de que ella lo dice, puesto que en todo caso sienta jurisprudencia, ¿qué importa, aquí, tener razón o estar equivocado?. La verdad judicial se indexa a sí misma o se funda en ella. De lo contrario, a todo tribunal sería necesario plantearle la pregunta : tú ¿con qué derecho juzgas?. Y conformar tras él una nueva instancia que…henos súbitamente inmersos en un proceso infinito. No, tal juez dicta el derecho a condición de tener el derecho a dictarlo : cela boucle en un cercle la régression et se nomme compétence21.
¿Quién juzga a quien?. Aquí se produce un conflicto de las facultades22. El héroe epistémico del siglo XVIII fue el físico ; el del XIX, el biólogo y el del XX, el economista. ¿ Las ciencias sociales se imponen a las naturales?. No. Y quien advierte esto no es el científico sino el político : habituado a plantear temas estratégicos, el dilema se volatiliza. En efecto, toda Ciencia de Estado, cualquiera fuere, naturales o humanas, colaboran en la división social del trabajo de dominación. No hay dominio de la naturaleza que no vaya acompañado de un dominio de los hombres.
En el siglo XVll, la utopía del dominio de la naturaleza, sometida a una imagen unitaria, ya había sido cumplida mediante la teoría newtoniana de la atracción universal ; en el XVlll Rousseau, como científico social naciente, la prolonga al orden humano con la voluntad general, su equivalente funcional ; Kant trascendentaliza el Contrato Social (‘ Rousseau es el Newton de la sociedad’23), y lo prolonga hasta la utopía (ya realizada) de una Confederación de Estados. Consumado el prerequisito de la dominación -la reducción a lo uno-, de prolongación en prolongación, se ha completado la primera globalización. En el XX, siglo de indigencia, después de semejantes excesos, el futuro, ya gastado antes de llegar, como en las ontologías arcaicas, es un pasado advenidero, un futuro fatigado, un remanente de utopías ya usadas, recicladas en el basural de las filosofías de la historia. El mesianismo cientificista de Saint-Simon, excitado por la expectativa febril de una realización a largo plazo, recrudeció más tarde, y con violencia inspirada en el fundamentalismo positivista de un célebre círculo, aguijoneado por la impaciencia escatológica de una inminente realización de la promesa mesiánica -como diría Gershom Sholem24. Pero, cuando los acontecimientos -desde Hiroshima a Chernobyl- desmintieron las profecías, la llama mesiánica, a punto de apagarse, siguió ardiendo, más tranquila, como una hoguera casi exangüe. Hoy, la utopía digital ( pienso en Negroponte y Bill Gates ), con gran ruido y frenesí mediáticos, vuelve a atizar la impaciencia escatológica de un fundamentalismo electrónico que, junto a la globalización neoliberal de un mundo mundializado, recicla la apolillada utopía vienesa de la Ciencia Unificada, con el respaldo legitimatorio de los únicos y últimos saldos universalistas, también reciclados y sacados a pública subasta por el hipercapitalismo : la conjunción de la economía de mercado con la corrupción y el consenso llamado democrático. Fin de la Historia.
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El avance de la ciencia está en la invención. El método, rutinario, la bloquea. La invención implanta novedades, inoportunas para el método, pues éste sólo busca y descubre lo que ya sabe, es tautológico. Y la epistemología es la comentarista del método ; su quehacer es redundante y, su discurso publicitario. Lo alaba y lo funda, pero tratar de probar algo es contraproducente.
En fin, el método es para la “ciencia normal” y sus administradores. Y la epistemología, ese parásito, para las filosofías de la justificación. Pero la invención es la excepción de la rutina, del método. Si acontece, es fuera de la institución. De ahí que, inevitable, en presencia del inventor y de lo inventado, surja la pregunta ¿dónde has ido a buscar eso?. Aquí nada se le parece.
La mímesis y su versión paródica, la prótesis, fracasan. La pregunta ¿de dónde has sacado eso? al inventor lo deja no menos perplejo que a ese chino que malició Borges : Chuang-Tzu soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre.
No obstante, el arte de la invención se deja someter a una averiguación, no desde la epistemología que la aterra sino desde el esquema termodinámico. La historia de una ciencia vista no desde el comentario del parásito sino desde lo que la produce, va de lo probable a lo improbable. Y la invención es excepcional, altamente improbable. “ El arte de inventar, así lo concebía Leibniz, supone un inventario”25 y, como entre los atomistas antiguos, es preciso estar atentos al desplazamiento de grandes poblaciones, en torbellinos, fluctuantes…” Le plus souvent, donc, l’inventaire dépasse, et de fort loin, notre capacité pratique, ou les conditions générales de l’experience et de la théorie. Autrement dit nous sommes plongés dans une multiplicité foisonnantes d’états de choses, nous sommes débordés par ce chaos”.
La determinación de un estado de cosas -siempre presto a bifurcarse o al borde de una súbita declinación- en una multiplicidad posible de tales estados se evalúa en una relación tan próxima del cero que sólo podemos llamarla improbabilidad. En este sentido, el objeto de la ciencia, contrariamente a lo que se cree, no es lo general, sino lo excepcional.
Para avanzar en este punto será preciso vindicar científicamente la categoría de milagro. En el siglo XIX pertenecía al glosario básico de los científicos. En relación a la geometría, por ejemplo, se hablaba del milagro griego ; el de Pinel en el asilo de locos ; el milagro de Jeans en el horno termodinámico…
¿Cuál es la probabilidad de que una horda de mandriles que se agitan como locos sobre el teclado de un ordenador concluya en un texto con sentido o, incluso genial ?. La probabilidad es vecina al cero, pero no es el cero.
Todos los fenómenos que acontecen en zonas aledañas al cero, tan cerca como posible de lo improbable, es lo que se llama milagro. La invención pertenece a este género de fenómenos (convengamos, querido lector, que esto es un ejercicio de eslongamiento intelectual). Entonces, el inventor ¿sería un símil mejorado de ese antropoide afortunado que le arrancó un poema a la máquina ?.
Si la ciencia opera en las cercanías del cero, entonces es preciso concluir que es una geometría de la cuerda floja, una teoría de los bordes. La ciencia ¿sólo se ocuparía de las excepciones ?. En efecto, en lo que hay, el desorden es lo más probable. Si hay un fondo de las cosas y del mundo, éste es el ruido de fondo. Ciencia : transformación milagrosa del ruido de fondo en información.
El orden es insular , el desorden, oceánico. Desgranado, el aforismo da ésto : escasez y abundancia, información y ruido, improbable y probable, excepcional y rutinario…El caos es lo más probable. …la constitución de un cristal aperiódico, de una molécula gigante, de una proteína plegada, incluso su asociación en sistemas relativamente estables y autoregulados son, al pie de la letra, acontecimientos milagrosos (…) . Mejor aún, si existe algo más bien que la nada, es justamente este orden y esta forma, que emergen del caos y del ruido, es justamente este milagro más que este caos desordenado. Existen estados de cosas más que el clamor de fondo (…). El objeto de la ciencia ¿sería lo improbable ? ¿o serían ellos mismos, a su vez, órdenes y formaciones ? 26.
El primer gesto de la ciencia consiste en seleccionar un estado de cosas. Apartarlo del tejido fluctuante en que está inmerso, promiscuo, a la deriva en medio de una gran población de tales estados. Es un operativo de salvataje : se trata de preservarlos, conservarlos “relativamente invariantes”, de lo contrario quedarían anegados en el caos y en el ruido de fondo. Antes de esta operación ni siquiera hay fenómenos, la ciencia aún no tiene objeto. Para obtenerlo, tiene que arrojar ante sí el caos en desorden, a título de límite o clausura, más allá de lo cual no pueda ser ni decir nada. Caos en desorden que la ciencia puede tenerlo por objetivo, o retenerlo como problema mientras dure la ineficacia temporaria de sus performances, siempre yectado delante, excluído del orden : “ob-jectum, pro-blema” . Hasta hace un momento, lo improbable no era más que esta excepción imposible que, al no acontecer jamás, no podía concernir a la ciencia. Ahora es el único terreno que le concierne, por órdenes, formas, formaciones, estados de cosas y cosmos, lenguaje bien formado más allá del ruido. Y esto es lo evidente y no aquello, a partir del momento en que la ciencia es una formación, desde que ella es un orden, tan improbable como el milagro que emerge del caos. La ciencia tiene por correlato lo improbable que ella es. Información, rara, de formas, raras 27.
El aforismo lo real no es racional tiene a su favor el hecho de que es emitido en los aledaños de lo probable . No así lo real es racional , pues su lugar de emisión es aledaño a lo imposible. Es como si hubiere dos reales , acantonados en los extremos de un mismo segmento. Dos reales : desorden y formas , ruido e información , frecuencia y escasez , desvío y equilibrio. El primero es racional, el segundo es improbable. Esto no es una dicotomía, tampoco una sucesión de parejas de opuestos. Más bien se trata de lo siguiente : Lo que acontece en los aledaños de un punto, en los bordes, no tiene nada que ver con lo que acontece en el resto del dominio.
Para poder pensar ésto, es preciso abandonar las filosofías de estufa y la atmósfera viciada que las envuelve. Es preciso una filosofía al aire libre, con brisa marítima : lo que emerge en una isla, en pleno océano, es lo que rodea la cresta ; el resto , inmenso, está sumergido. El reparto se opera así : de un lado, casi todo, del otro, casi nada. Lo que existe, apartado del caos, pasa, para emerger por la más estrecha de las rendijas, por la adherencia al cero de la probabilidad. Que lo real sea racional , es tan improbable como su recíproca 28.
Esa isla es milagrosa, como la ciencia. La ciencia tiene los mismos bordes y sus incontenibles horizontes de desorden, donde la información se disemina hasta convertirse en ruidos ; pero también está su territorio, es la isla de lo real informado, dominio imporobable, “ punto de alfiler donde se disemina el logos“.
La física era la ciencia de los estados ordenados, presuntamente ordinarios. Ahora acaba de demostrar que son extraordinarios, en los límites de lo imprevisible. Sus leyes no son más que leyes de excepción 29.
Serres aplica el esquema termodinámico para dar cuenta de la invención científica, es decir, del esquema termodinámico : ahora la mecánica de los fluídos explica la invención que la hizo posible. Yo no veo diferencia entre la actividad de invención y la existencia misma. La invención como tal , milagro raro e improbable, desborda al sujeto cognitivo, teórico y práctico 30.
Como se ve , la pregunta por la invención se desplaza. No se trata de cómo y por qué es posible, preguntas ya clásicas de la Teoría del Conocimiento o de la Epistemología , es decir , de la Teoría de la Ciencia. La pregunta relativa a la invención es ¿ dónde acontece ?. Fuera – es la respuesta concluyente de Serres. ¿Fuera de qué?. De todo sistema cerrado, de todo dispositivo de encierro. En lo exterior. Fuera : del saber normado de la comunidad científica, más allá de la trivialidad, de la policía, de la cortesía y las escuelas, en fin, fuera de la “Ciencia Normal”, que también es el asilo, el convento o cualquier lugar de retiro para un nómade fatigado : la ciencia. Fuera de las trivialidades , fuera del tejido cerrado de las opiniones, de la policía, de la cortesía, de los muros , hors la loi 31.
Notas Finales
1 Serres, M., HermesV Le Passage du Nord-Ouest, Minuit, 1980, pag. 38.
2 Dumézil, G., Mythe et épopée I, editorial Gallimard, 1981. L’explication indo-européenne du monde n’est qu’un des rêves sans nombre de l’humanité, et elle n’est pas, quant à sont contenu, un rêve privilegié. Mais elle l’est, quant aux conditions de l’observation, par l’ enchaînement de circonstances qui a fait que les peuples héritiers des Indo-Européens ont joué dans l’histoire -la vraie- avant leur actuel recul et, semble-t-il, leur orochine abdication, un rôle se précose, si prolongé, si considerable et si continûment enregistré : dans aucun autre cas, on n’a l’occasion de suivre, parfois pendant millénaires, les aventures d’une même idéologie dans huit ou dix ensembles humains qui l’ont conservée après leur complète séparation. Op.cit. p. 629-630. Dumezil escribe estas reflexiones a modo de conclusión.
3Deleuze G., Mille Plateaux, Edit. Minuit, 1980, p. 446.
4 Agaisnt Method, NLB, Londres, 1975, parágr. 18.
5 Musil, R., Der Man ohneEigenschaften, Rowolt Verlag, Hamburgo, 1952, parágr. 13.
6 Die Bberedsame Republik, cfr T.Mann, Der Zauberberg, Fischer Verlag, Frankfurt a/M, 1982, p. 487
7 Feyerabend, P., Against Method, par. 18.
8 Virilio, P., L’art du moteur, Galilée, París, 19932, p.17.
9 Augé M., Non-Lieux, Seuil, París 1992, p. 126-127.
10 Adorno, T.W., Mínima Moralia, Suhrkamp, 1985, p.28 : ‘Nadie crre a nadie, todos esán enterados’.
11 Serres, M., Hermes lV La Distribution, de. Minuit, 1980,p. p.288
12 Ib.
13 Ibid, Hermes V, Le passage du Nord-Ouest, de. Minuit, 1980,p. 1000
14 Ibid., Hermes lV, op. Cit, p. 10.
15 Serres,M., Hermes lV,p.12.
16 Ibid.
17 Serres, M., Hermes V, op. Cit.p.126.
18 Ibid.
19 Serres, M., Hermes V. Le passage du Nord-Ouest, op. Cit.p.122.
20 Ibid., p.123
21 Serres, M., Le Contrat Naturel, Bourin, París, 1990, p. 129-30. Este punto lo desarrollaré más adelante.
22 Serres. M., Hermes V, op. Cit. P. 124.
23 Kant, I.,, Beobachtungen über das Gefühl des Schönes und Erhabenen, ‘Newton vió por primera vez el orde y la regularidad combinados con la mayor sencillez allí donde,antes de venir él, sólo se encontraba uno con el desorden y la desorbitada variedad, y desde entonces discurren los cometas siguiendo un curso geomérico. Rousseau descubrió por vez primera entre la variedad de formas humanas admitidas, la naturaleza profundamente escondida del hombre y la ley oculta por virtud de la cual queda justificada la Providencia, a tono con sus observaciones’ Fragmentos de los escritos póstumos, Vlll, Kant. Werke, Hartenstein, p. 618 a 630.)
24 Scholem, G., Sabbatai Isevi. Le Messie Mystique, 1626-1676, (Sabbatai Sevi. The mystical messiah, Princeton University Press, 1973, passim)
25 Serres, M.,Hermes V.,OP.CIT.P.155
26 Serres, M., Hermes V, op.cit. pág. 157.
27 Ibid. pág. 158.
28 Ibid.
29 Ibid.
30 Ibid.
31 Ibid. pág. 160.