Sentido del arte tradicional

Por Leonor Navamuel de Figueroa

Nos preguntamos por el sentido del arte tradicional preguntándonos por al sentido tradicional del arte, por lo que el arte siempre ha sido, es y será, para el hombre.

Las distinciones entre arte moderno y tradicional, oficial y popular, occidental y exótico, apuntan a discriminar con un matiz despectivo un arte por excelencia, un “Arte” con mayúscula, de otro que no llega a ser, un arte con minúscula que no es arte del todo. Para la soberbia de occidente todo el arte de Oriente, Africa y América, el arte primitivo y el arte popular son sólo manifestaciones exóticas que no alcanzan el nivel de “Gran Arte” del Europeo moderno. Sin embargo, este último sólo abarca una pequeña parte de la historia de la humanidad, apenas quinientos años de historia de un pueblo, casi nada ante la totalidad del evento humano que el arte siempre acompañó.

Tenemos el arte de una época y de unos hombres que elaboraron la concepción del “arte por el arte”, frente a una tradición inmemorial que uno al arte y a la vida. Dos concepciones diferentes, una individualista y otra tradicional, que encuentran su coincidencia cuando se piensa a fondo sobre la esencia del arte, según veremos .

Desde occidente mismo surge la respuesta a la oposición con un pensador como Heidegger, para quien el arte es “un evento del ser”, así dicha de golpe aunque pueda parecernos que no dice nada, esta frase nos introduce a todo lo que el problema tiene de místico y misterioso. Heidegger no nos ofrece claridad, lógica estricta, ni respuestas concluyentes; sólo nos invita a filosofar con él, es decir, a preguntarnos libremente por lo que queremos saber sobre el arte, prescindiendo de respuestas pre-establecidas, preguntándole a la obra de arte misma “qué es y cómo es”.

La obra responde que es un “evento del ser”, un “acontecer de la verdad”. El arte entonces tiene que ver con la verdad y no con la belleza, la belleza es sólo la consecuencia de un modo de estar presente la verdad.

El arte en esta Estética no se define por la belleza, no es juego ni adorno, tampoco expresión de sentimientos o emociones ni de deseos inconscientes. Estas respuestas dadas en una época de olvido del peso ontológico del problema del arte, pierden sentido, son sólo aspectos parciales que no tocan lo esencial, lo que es la obra de arte en su ser “en sí”.

A través de la obra, la verdad se nos da en cuanto desocultamiento, desocultamiento de lo siempre encubierto para nosotros que por ser hombres y no dioses, jamás poseeremos la verdad total, ésta para nosotros es epocal, dosificada en el tiempo. Por eso Heidegger dice que la verdad que es en su esencia no verdad fundamenta el mundo del hombre, es el todo significativo de un tiempo y constituye la atmósfera existencial que nos es dada desde el misterio oculto de la tierra que mantiene su reserva.

El hombre sabe a qué atenerse y puede proyectar su vida en el mundo desde esta primera y originaria captación de un orden cósmico que instala el arte.

La morada del hombre es poética en su fundamento, dice Heidegger en su trabajo sobre Hölderlin, donde se ocupa del poeta que supo decir “poéticamente lo que es poes1a”,del poeta que “canta en respuesta al llamado de los dioses”: “Pleno de méritos, pero es poéticamente corno el hombre que habita esta tierra”.

“El poeta nombra a los dioses y a todas las cosas en lo que son. Este nombrar no consiste en que se provea de un nombre a lo que es de antemano conocido…”, es un nombrar que instaura el ser, la verdad que da sentido y fundamento a la existencia humana. Esto no por mérito del hombre sino por una libre donación, ¿donación de quién?,¿del ser o de los dioses?

La obra es producto del hombre, pero al mismo tiempo es algo más que eso, el artista no produce arbitrariamente la obra, es un medium, un intermediario que sorprende los signos de los dioses para trasmitirlos a su pueblo.

Estas afirmaciones, que parecen abandonar el discurso filosófico para penetrar en regiones de sentido místico y que nos tocan tal vez más en lo emotivo que en lo intelectual, nos hacen saber que algo muy importante pasa con el arte por más que éste sea siempre un enigma.

El Artista está entre los dioses y los hombres, sus obras cristalizan un conocimiento primero, hacen suceder la llegada de la verdad, pero no la inventan arbitrariamente. La verdad se da como revelación, es un don. Como dice Hölderlin:

Es derecho de nosotros, los poetas
estar en pie ante las tormentas de Dios.
Con la cabeza desnuda,
para apresar con nuestras propias manos
el rayo de luz del padre, a él mismo
y hacer llegar al pueblo envuelto en cantos
el don celeste
.

El arte es experiencia de mundo y cada experiencia de mundo produce obras diferentes. Comprender en su verdadera dimensión el arte de pueblos lejanos en el tiempo y en el espacio y, más aún, lejanos por el espíritu que informa su vida y su concepción de la realidad, sólo es posible si nos abrimos al acontecer de la verdad que se da en sus obras, al rayo de luz, a la emergencia de sentido que allí ocurre.

Estos conceptos del filósofo alemán, coinciden de alguna forma con la doctrina tradicional del arte expuesta por orientalistas como Rene Guenón y Amanda Coomaraswamy.

También, en la doctrina tradicional del arte, lo bello no constituye la obra, la belleza no el fin que se propone el artista, sino que todo arte es significativo de algo y quiere comunicar, expresar, una idea.

En la obra hay algo no sólo para ser visto, sino también para ser conocido, una verdad que no se da por semejanza con las formas visibles de la naturaleza, sino con ideas y significados que están expresados en esas formas naturales.

En el arte tradicional, no se trata de estudiar un modelo ni del registro de un efecto de luz, no se trata de destreza descriptiva, eso es secundario.

Contemplar la superficie de una pintura como fin en sí misma obstaculiza la comprensión de las artes tradicionales por que nos desinteresamos de su contenido y no vemos la imagen que no está en los colores ty por cuyo motivo la obra existe.

Allí la composición responde a leyes comunes, al pensamiento y a la visión. Las formas naturalistas, plantas, hombres, animales montañas, nubes, etc., se emplean par comunicar significantes que son imágenes, que son formas.

En la doctrina tradicional del arte, lo esencial para un Juicio de arte es alcanzar el conocimiento de la idea según la cual fue hgechga la obra. El secreto del arte está en alcanzar la forma mediante una operación espiritual, un acto imaginativo que tiene mucho de ritual.

La idea o forma se alcanza por contemplación, la destreza, la técnica, la meteria, el estilo personal, son secundarios. El artista debe situarse entre Dios y los hombres, como hacía Holderlín, para captar el rayo de luz, la verdad como revelación. Concibe así una forma imitable, una idea, es el momento de la creación contemplativa.

Si piensa en el mundo ve una serpiente, una rueda o un signo escalonado.

Si piensa en el fundamento ve un jaguar, un loto o un corazón.

Si piensa en la luz ve oro.

Para que esto sea posible, el artista no debe estar distraído por deseos o pensamientos de si mismo, debe renunciar a su individualidad y convertirse en lo que imagina.

Por eso el maestro Chino dirá al discípulo: “Las formas y las cosas se manifiestan a quien no está ligado a su propio ser”.

En sus movimientos es como el agua, en su reposo es como un espejo y en sus respuesta es como el eco… (son palabras de Yin Hi).

El pintor, por ejemplo, concentra su espíritu y lo pone en armonía con las obras del creador, para expresarlas mediante la fuerza de su pincel.

Se trata de ver con los ojos del alma las formas inmateriales; el artista descubre antes de producir. Pone en el lienzo lo que ha visto an estado de contemplación.

Ver primero mentalmente y luego proceder.

Primero la visión y luego la tarea.

El artista como todo el que participa de un rito, se eleva por encima de sí mismo hasta niveles superiores del ser.

Ésta concepción tradicional del arte es la que dicta las palabras al tejedor del antiguo Perú que dice “Pachacamac el primer tejedor hizo el pa.ño que envuelve toda la vlda, para los demás paños utiliza nuestras manos, en ellos cada color debe estar en su sitio exacto, para que sean algo vivo, como cuando hablamos, cada palabra debe estar en su lugar para que puedan entender lo que decimos”. A estos tejidos que hablan se refiere Manuel Scorza en sus novelas sobre la sierra peruana con los ponchos de doña Añada, donde el pueblo podía leer el futuro porque ellos mostraban la verdad de un mundo.

Las artes, para la doctrina tradicional, derivan de niveles de referencia supramundanos, se ejecutan a imitación de las obras divinas.

La producción de una obra de arte implica poner en movimiento dos facultades,en primer lugar la facultad imaginativa que concibe una idea en una forma imitable, es la causa formal de la obra. En segundo lugar la facultad operativa que pone manos a la obra para la imitación del modelo invisible en un material determinado, causa eficiente de la obra.

No nos interesa en este trabajo, pese a su importancia e interés, la causa eficiente, la destreza técnica, nos interesa la causa formal. Con esto entramos en el ámbito de las relaciones del hombre con el ser, en terreno metafísico.

Metafísica en el sentido que entiende René Guenón, como conocimiento de principios eternos y universales de origen no humano. Conocimiento suprarracional, intuitivo, inmediato, que no tiene nada que ver con una elaboración mental.

La Metaf1sica así entendida es conocimiento de lo inexpresable, la pregunta es entonces:

¿Cómo expresar lo inexpresable? Mediante el lenguaje simbólico solamente. En el arte se da esta apertura de lo simbólico, el artista siente la llamada del ser en la imaginación, habla desde el umbral del ser y pone en obra, como diría Heidegger, la apertura de la verdad.

El símbolo no expresa ni explica, s6lo sirve de soporte que permite al hombre elevarse mediante la meditación al conocimiento de las verdades metafísicas. Los símbolos que dan apoyo a la intuición son el Único modo de comunicar las verdades metafísicas.

René Guenón afirma que la legitimidad del símbolo para esta función tiene su fundamento en la naturaleza misma de los seres y de las cosas, pues hay una relación de analogía entre la idea y la imagen que la representa a través de su relación con el fundamento metafísico.

Todo ente nos remite al fundamento y constituye una vía para poner en medida humana las verdades metafísicas. “El habla es dada para hacer patente, en la obra, al ente como tal y custodiarlo. En ella puede llegar a la palabra lo más puro y lo más oculto, así como lo indeciso y común. La palabra esencial para que se entienda y sea posesión de todos debe hacerse común”, así expresa Heidegger estas mismas ideas, haciendo pie en las palabras poéticas de Holderlín que dice: “Las primicias no son de los mortales, sino que patenecen a los dioses. Los frutos deben primero hacerse más cotidianos, más comunes, para que se hagan propio de los mortales”.

El artista toma temas de la naturaleza para remitirse a los fundamentos metafísicos de su mundo, la naturaleza toda es símbolo de los principios metafísicos a los que la obra es puerta de acceso no racional sino intuitiva; revela el misterio del universo, el profundo modo de ser del cosmos, el significado secreto de las cosas.

Por eso, ante la obra de arte sentimos que cuando las formas terminan continúa más allá el significado, como los ecos se prolongan lejanos tras la voz extinguida , como un aroma que queda flotando en el aire.

La vida es un sueño de los dioses, el arte trata de mostrar esos sueños. Así como los m1sticos coinciden cuando expresan sus experiencias extremas, hemos visto que también los pensadores coinciden en esto, no importa su procedencia, cultura, país , raza o  tiempo, cuando preguntan a fondo a la obra de arte “lo que es y cómo es”. Ante su respuesta no importa ya que sea poncho, vasija o cuadro con marco.

Importa lo que dice.

Leonor Navamuel de Figueroa

 Obras Citadas

  • Martín Heidegger. 1973, Arte y Poesía, México: F.C.E.
  • A .K. Coomaraswamy. 1983, Doctrina Tradicional del ‘Barcelona: Edic. de la Tradición Unánime.
  • René Guenón. 1976, Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, Buenos Aires: E.V.

 

Universidad Nacional de Salta